Humanos y androides
Archivado en: Inéditos cine, "Blade Runner 2049"
Una concatenación de circunstancias me había impedido escribir sobre ello hasta ahora, pero di cuenta de Blade Runner 2049 en la última fiesta del cine. Hace un mes aproximadamente. Fue una proyección placentera y vengo a elogiar aquí esta sobresaliente continuación de Blade Runner (Ridley Scott, 1982) sin ambages. Mi entusiasmo con una de las pocas segundas partes dignas del original de toda esa serie de secuelas, sagas, remakes, precuelas, reinicios y demás evidencias del agotamiento del cine comercial de nuestro tiempo no tiene fisuras.
Lo primero que alabo es que Ridley Scott, el realizador de Blade Runner, en esta ocasión se haya limitado a producir la cinta, confiando su dirección a Denis Villeneuve. Scott precisamente, junto con Martin Scorsese, es el mejor ejemplo de un realizador otrora genial -además de en Blade Runner lo fue en Los duelistas (1977) y Alien, el octavo pasajero (1979)- actualmente agotado. Desde Thelma & Louise (1991) no ha vuelto a estrenar una cinta digna del encomio que le correspondería habida cuenta de su glorioso pasado. Una y otra vez ha sido incapaz de dar con nuevas tramas de enjundia. Consciente de ello, ha vuelto su mirada a éxitos de antaño con más pena que gloria en Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017), dos remedos de Alien, el octavo pasajero que no han convencido a casi nadie.
A mi juicio, la labor como productor del Scott último ha sido mucho más notable. Valga como ejemplo su Profetas de la ciencia ficción (2011), una serie de ocho documentales en la que distintos realizadores trazan un recorrido excelente por esta literatura desde H. G. Wells hasta Philip K. Dick. Quién sabe si el propio Scott, en la certeza de que ahora se desempeña mejor en este empleo que en la realización, ha delegado por ello esta segunda parte de Blade Runner. Lo que sí está claro es que Villeneuve, cuya filmografía anterior me es desconocida, es un verdadero admirador del original. Porque muchos de los que repiten lo de las naves en llamas más allá de Orión vistas por Roy Batty (Rutger Hauer) no lo son tanto. Recurren a esa visión del replicante como a una figura retórica, porque el soliloquio donde está incluida ya forma parte del florilegio de nuestro tiempo.
Lo que ya tiene menos interés para el gran público es el mestizaje entre androides y humanos, que es el tema de las dos entregas de Blade Runner y el asunto por excelencia de la ciencia ficción de nuestros días. Como el viaje a la Luna lo fuera en el amanecer del género y las pastorales pos catástrofe atómica cuando estaba mediatizado por la Guerra Fría. K (Ryan Gosling), el Blade runner de esta ocasión, también es un replicante que caza a los suyos como lo hacía su padre: Rick Reckard (Harrison Ford), quien en la primera entrega, ya enamorado de Rachael (Sean Young), acababa preguntándose si no sería un replicante él mismo.
La lucha entre las máquinas y los hombres no se ha producido. Al menos no como nos la presenta la saga Terminator. De haber sido así, seguro que aquellas tres o cuatro personas que vi levantarse durante la proyección para ir al servicio no lo hubieran hecho. Porque entonces, Blade Runner hubiera sido esa cinta de acción, que me da la impresión iban buscando. Tengo la sensación de que esta espléndida película de Villeneuve no satisface a muchos de cuantos creen que es un filme más de ciencia ficción y no le piden al género otra cosa que grandes batallas con lucecitas, buenos y malos, prodigios futuristas y todo ello en un relato conciso y rápido. Blade Runner 2049 no es una película popular, como tampoco lo fue la primera parte. Si ha podido parecerlo ha sido por el prestigio del que goza el original entre la crítica y la cinefilia. Pero, dada su gravedad, a mí se me antoja mucho más cerca de Andréi Tarkovski y la ciencia ficción soviética en general, que de la estadounidense.
Villeneuve abunda en la propuesta original de Scott con tanta lógica como acierto. Pero sin concesiones comerciales. De aquella cima meridiana del ciberpunk, que fueran Los Ángeles de 2019 que nos presentó Scott en la primera entrega, su sucesor nos lleva directamente al vertedero de la ciudad treinta años después, donde tienen lugar algunas secuencias. Tampoco faltan los gusanos comestibles ni toda esa suciedad tan inherente al ciberpunk como la sofisticación tecnológica. Pero a mi juicio, el verdadero acierto consiste en la reinterpretación de los videoanuncios. Aquí publicitan holografías tan perfectas como Joi (la maravillosa Ana de Armas) que, una vez en casa, se convierten en ginoides -androides femeninos- capaces de amar y sustituir a la compañera perfecta. Joi no es Ava (Alicia Vikander), esa máquina impersonal de Ex_Machina (Alex Garland, 2014). No se plantea el problema de si es humana o no, como fue el caso en Rachael. Y, sin embargo, pese a ser una ginoide, resulta tan humana que está dispuesta a que la borren -léase maten- por sus sentimientos. No es sólo a La Eva futura (Villiers de L'Isle-Adam, 1886), la primera novela que habló de los androides, a la que nos remite el ya díptico de Blade Runner. Es al mismísimo Shakespeare del más célebre soliloquio de Hamlet (¿1600?): "Ser o no ser es la cuestión".
Lástima que muchos de los que repiten lo de las lágrimas perdidas en la lluvia, aludidas por Roy Batty en su también célebre soliloquio, lo hagan por el eclecticismo de la frase -puede adecuarse a todo lo que se desvanece-, no porque les conmueva su lirismo ni porque les interese especialmente la encrucijada entre humanos y replicantes.
Publicado el 13 de noviembre de 2017 a las 00:30.